jueves, 4 de octubre de 2007

Doble página de El Ciudadano


Prensa.
Nota publicada en la sección Cultura el 17/12/2001 por Pablo Makovsky
GRÁFICA URBANA. Dos diseñadores relevaron a través de fotos la belleza de los carteles que borró el mercado.
Formas del diseño que se escribieron en el tiempo P:M: Una vez al día, durante su peregrinación por el desierto, Moisés reunía a su gente alrededor de las Tablas de la Ley y, según informa la tradición, los más devotos se contentaban con tocar las letras recortadas en la piedra. Este pequeño relato le da pie a Ernst Jünger para postular que la escritura es también un trato con la materia, que en la letra escrita siempre toma cuerpo algo de esa realidad que excede el enunciado mismo de lo escrito y que, en palabras del escritor, se trasluce como un poder, una forma de energía. Una media docena de milenios más tarde, en Rosario, Juan Manuel Alonso y Guillermo Buelga, dos diseñadores gráficos empeñados en remontar los avatares de su oficio, encararon lo que ellos llaman un relevamiento de escrituras de la ciudad, publicitarias en su gran mayoría, a través de unas 1.500 fotografías que tomaron entre enero y abril de este año en las que retrataron todo tipo de carteles, desde los que advierten la salida de vehículos hasta los pizarrones de las verdulerías. Trabajo por el que en muchas oportunidades fueron corridos por los dueños de los carteles retratados, que veían en estas dos personas armadas de una cámara dos potenciales delatores municipales. Sí, podría pensarse en un canto de alabanza a las viejas técnicas artesanales del diseño, en la reivindicación de la “mano” del diseñador. Pero no. “Me preguntaba –dice Alonso–: ¿nos va a gustar el logo del correo o de la telefónica dentro de cincuenta o sesenta años? Porque creo que los nuevos carteles no van a tener la misma posibilidad de belleza que los viejos”. La belleza, eso que la escritura muestra a través de un velo, es acaso el tema del trabajo. No, entonces no se trata de ponderar las virtudes de los carteles artesanales de los años idos, sino de señalar en esos trabajos una cualidad que los diferencia de los actuales, de la “rotulación digital”, según Buelga. Básicamente, Alonso señala una conciencia y unas necesidades muy distintas a la hora de realizar la publicidad de marcas y firmas de antes y del presente. “Los carteles de ahora tienen un fin tan claro e imperioso en torno a la cuestión del mercado que su atractivo no va a durar lo mismo que los otros, hechos para marcar su presencia en la cuadra”. Esta presencia, donde queda el rastro de un individuo que quiere diferenciarse y en ello reside su estrategia de mercado, es también una distancia de la urgencia de la venta, eso es lo que se escribe. Aunque Alonso y Buelga reconocen que también hay en su tarea una crítica a la profesionalización de su oficio: “En sesenta años los diseñadores enseñaron al dueño de un comercio la importancia de armar una marca y esa misma conciencia los incapacita para producir un objeto más bello, que pueda fundirse, mimetizarse con el paisaje, armar una trama: está el cartel por un lado y, por otro, la ciudad”. PRESUPUESTO El trabajo de relevamiento de tipografías urbanas les insumió unos 800 pesos de gastos a Juan Manuel Alonso y Guillermo Buelga, quienes ahora recorren los posibles interesados en el material para plasmarlo en una publicación que no va a resultar barata, teniendo en cuenta la cantidad de ilustraciones en color que demandará. Entre rollos de foto, nafta para moverse por todos los rincones de la ciudad durante cuatro meses, digitalización de las fotografías, lentes y accesorios de las cámaras, los diseñadores invirtieron unos 400 pesos cada uno. La Experiencia Escenas previas a la invasión amarilla en la zona oeste Juan Manuel Alonso/Guillermo Buelga —¿Y a ustedes quién los manda? ¿Los chinos? Vélez Sarsfield, después Junín. Pequeños supermercados atiborrados, pizarrones en la vereda, pinturas en las paredes, vidrieras repletas. —¿Y a ustedes quién los manda? ¿Los chinos? —el tipo no me ve cara de espía pero igual desconfía. —¿Quiénes son los chinos? —le pregunto. El tipo a su vez tiene cara de turco. —Van a poner un supermercado por Vélez Sarsfield y Aldao y nos están averiguando todos los precios, a quién le compramos, averiguan a los clientes. Se quieren quedar con todo. La invasión amarilla, un poco desteñida, coreanos afincados amenazando a pobres mercaderes argentinos, confiados en su impronta y su localía, temerosos por las derrotas continuas. A medida que avanzamos el cantito regresa como una letanía ¿Quién los manda, los chinos? Una psicosis de barrio apuntalada por los reveses y las cuentas en rojo. Escobillones, veneno para hormigas, regaderas, todo colgado desde unas vigas de madera, el decorado de una ferretería. Una viejita encorvada, amparada detrás del mostrador al fondo del pasillo me hace la pregunta repetida, se niega a que fotografiemos el cartel que sobrevuela el toldo de lona y luego asegura “nos están vigilando con satélites los chinos”. En la carnicería son más optimistas “Sobreviviremos”, dicen sonrientes. Las Tipografías Una clasificación de convenciones casi secretas que proliferaron por la ciudad “Raras”. Los azulejos originales han ido cediendo y fueron reemplazados por ocasionales parches del mismo material pero de distinto color. La necesidad diseñó un anecdótico logo que escapa a toda institucionalidad. Necesidad y diseño, a veces vale la pena. En su relevamiento fotográfico de tipografías urbanas, Juan Manuel Alonso y Guillermo Buelga agruparon las imágenes en categorías que están en relación con los soportes que contienen las escrituras. Las fotografías, prescindiendo de una clasificación conceptual, rescatan los aspectos técnicos de la hechura de las tipografías. Así, las diferentes zonas se llaman “Letras en 3 dimensiones”: los pesados, tangibles y volumétricos tipos que suponen el universo de las herrerías y las soldaduras, presentes en clubes (los pequeños, barriales, se transformaron en un lugar preciso para el hallazgo de escrituras: sus nombres y escudos en los frentes, los carteles indicativos en los interiores, sus tableros tanteadores con números móviles). También los tipos de chapa, de plástico, de neón (que se encienden y titilan). “Letras en relieve”: sobre chapa, sobre pared, sobre pizarrones (más cerca del suelo que los carteles, su increíble proliferación se refleja en las tomas como espejismos de la escritura manuscrita, tiza sobre negro, y extrañas consecuencias: una suerte de normativa entre verduleros que repiten a lo largo de toda la ciudad –puestos de acuerdo en una secreta convención– inmensos “unos” con la base ensanchada, sobre vidrio (el refugio de los estilistas del pincel, aplicada traza de los oficios). Por último, lo que Alonso y Buelga llaman, a falta de precisiones mayores, “Carteles de estilo”. Aquí no se trata de la escritura: son molduras, colores y formas que dan una resultante definida, como en los carteles de Muebles Gatti, Almacén Pompeo, Flores Iris, Bazar La Gloria o Tienda La Obrera. En un lugar aparte quedan las inclasificables y sorpresivas: las raras.