lunes, 27 de agosto de 2007

Pared




Hacia fines de los 80 los edificios de la Maltería eran un lugar emblemático de la ciudad. Esos paisajes contiguos al río, con su carga industrial en decadencia y la ilusión (perdida) del progreso inscripta en sus instalaciones podían asociarse sin esfuerzo al tono de El Astillero, de Onetti, y a su historia levemente cínica. El vaho húmedo de sus paredes parecía exudar, aún, ese momento de confianza único —al cual más que imprecisamente podríamos ubicar entre mediados de los 30 y mediados de los 60— cuando el capitalismo en la Argentina parecía revestirse de una pátina de romanticismo. La atención hacia esas ruinas era algo que estaba en el aire e iba a cambiar de signo. Algunos años después esos mismos edificios serían utilizados para mostrar las nuevas tendencias del diseño. El edificio, que ofrecía casi una estela arqueológica para una etnografía precaria, puesto que entrecortadamente aún susurraba, era definitivamente clausurado en tal sentido mediante la congelante mirada del buen gusto.