martes, 4 de septiembre de 2007

De Chapa











Taller electromecánico Salvatierra-Milone. La fosa, la luz entrando por una ventana alta al galpón de material, las herramientas en el tablero correspondiente.Hay dos hombres de alrededor de cincuenta años en el interior, presumiblemente Salvatierra y Milone; les pido permiso para fotografiar el cartel que está a la entrada —el galpón está dentro de un predio más grande, al fondo—, uno mira dubitativo, el otro se niega. Sin vueltas, se niega. Dice que ellos vendieron todo, que no trabajan más, que se van. —Preguntá enfrente —dice—. Ellos son los compradores, nosotros ya no tenemos nada que ver. Noto la carga de angustia, de tristeza contenida en la voz y a la vez las ganas de terminar, de no explicar. No insisto. Después, Salvatierra, o Milone, agrega: “Nosotros estamos eliminados”.Utiliza esa palabra, “eliminados”, una palabra tajante, que aterroriza, pero resume la situación. La sensación que tienen de sí y la imagen de lo que le pasó a una cantidad de personas durante la década del 90.El interior del taller no tiene un aspecto abandonado, ni siquiera decaído. Es cierto que no presenta signos de modernización evidentes pero no es precisamente anticuado, está justo antes de 1990. Todo está limpio, ordenado, las herramientas alineadas en el tablero, las latas de aceite, los almanaques gigantes. Todo demasiado en su lugar.En la calle, enfrente, está el negocio de los compradores, es un edificio inmenso, con amplia superficie vidriada. Venden electrodomésticos.