sábado, 1 de septiembre de 2007

Volumen








Visita a la casa de repuestos. El dueño del negocio es un tipo gordo y está sentado a un escritorio de esos de chapa que se ensanchan hacia la base. El hombre mantiene una larga conversación telefónica con un pariente acerca de un tercer familiar que está internado. Va a salir de la clínica, pero su mayor desafío no es la enfermedad sino su recuperación anímica, creo que le ocultan una muerte. El dueño se está haciendo cargo del enfermo, lo visita, lo alienta.La casa comercial está dentro de una galería alejada del centro, concentra negocios relacionados al mercado automotor y enseguida se nota que pertenece a otra época, un cierto olor, determinada escenografía. El local es vidriado, con un mostrador de fórmica cuya base está cubierta por un revestimiento de goma acanalado. Inmediatamente detrás, en un amplio escritorio con cubierta de vidrio, un señor de edad que a todas luces revista de contador examina carpetas y saca cuentas en una máquina de calcular de esas grandes, sin prestar mayor atención a lo que sucede a su alrededor. El escritorio del dueño está a la derecha, más alejado. El criterio predominante en el local es la acumulación, sobre los escritorios, en estanterías de chapa, afiches y almanaques en las paredes, cosas depositadas en el suelo. Es casi palpable la prosperidad anterior del negocio, todo concuerda: el cenicero que reproduce una rueda de auto con goma incluida, los escritorios ampulosos, las biromes publicitarias, la presencia del contador viejo que registra saldos y haberes con números escritos a lápiz... tan palpable como el halo de caída y deterioro que se percibe ineludible, aun cuando, a diferencia de la correspondencia anterior, no posea idéntica ubicuidad.