jueves, 20 de septiembre de 2007

Prensa


NOTA REVISTA TIPOGRAFICA Nº 55

Abril / Mayo 2003
Escrito en el aire

Guillermo Buelga y Juan Manuel Alonso

Fuera de campo. En las fotografías expuestas se presiente el rastro de lo que falta, del resto: la ciudad que se sobrepone a su ausencia, a su relegamiento, a un segundo plano restringido. Esto no se produce por un efecto o un mérito de las fotografías, sólo sucede, es una cualidad inmanente de los objetos. Pero las manifestaciones ocurren fuera del encuadre, mínimo por otra parte: entre los objetos retratados y su búsqueda. Al decidir relevar las diferentes escrituras presentes en la ciudad de Rosario se excluyeron las marcas y aquellas escrituras rotuladas digitalmente. Las marcas –animadas por otra lógica– establecen con los habitantes una relación unilateral, sólo ellas hablan. Podríamos preguntarnos acerca de las diferencias cuantitativas entre una «marca» y una «firma»: ¿cuántas veces se repiten a lo largo del paisaje? En el
caso de los nombres de los negocios, sólo una vez y en el caso de la marca, al menos cincuenta.
El modo de producción de las escrituras difiere radicalmente del utilizado en las marcas; no tanto en su aspecto técnico –aunque también en este punto– sino respecto de su concepción. Las primeras carecen de estrategia, sólo existe un objetivo inmediato: diferenciarse del cartel
de media cuadra. En el caso de las marcas la estrategia es todo y así, los objetos, muy próximos a ese discurso totalizador, quedan subordinados a la estrategia y despreocupados de su ubicación física. Es claro que los carteles, y toda la escritura urbana, constituyen un objeto visual y desde esa perspectiva deben analizarse. Los resultados de este relevamiento fotográfico plantean –desatendiendo a los emisores (los negocios o firmas que realizaron o encargaron las diversas
escrituras)– la existencia de una mutación en este tipo de objetos visuales urbanos y la adquisición, en aquellos producidos recientemente, de un lenguaje absolutamente rígido.
Lenguaje que genera un ámbito de no-diálogo con la ciudad y, en perspectiva, un reemplazo de determinadas nociones de belleza. Detrás de las palabras, el trayecto para registrarlas, más que
relevar revela una trama indeleble apenas verificable entre las diferentes caligrafías que se entrecruzan y las personas que se desplazan de una vereda a otra. Más que lineamientos tipográficos, las molduras de las letras aluden y demarcan una topografía que se con-
figura más allá o más acá del orden al que pertenecen.

Recuadro 1. El objetivo visual de este relevamiento fue la «escritura en la calle», un ítem demasiado amplio que se acotó a partir de algunas decisiones previas. Las tomas –alrededor de 1600 fotografías– fueron realizadas entre febrero y mayo de 2001. En una selección tentativa se eligieron 803 fotografías. Éstas se agruparon según los modos constructivos de las escrituras y sus aspectos técnicos. Así, los nombres de los grupos se clasificaron a partir de letras en tres dimensiones, en relieve, de Chapa, sobre chapa, sobre pizarrón, sobre vidrio, sobre plástico, en neón y rarezas.

Recuadro 2. Alineados a lo largo del cordón, una decena de discos de arado para asar y otros elementos de hierro se disponen sobre la vereda. Unos metros más atrás, el hombre que los construye repara un viejo tractor rojo. Se advierte la pintura deslucida, manchas negras
de aceite y otro hombre (¿el dueño del tractor?) con aspecto de hombre de campo que lo espera apoyado en el guardabarros. Estamos en la calle Mendoza y los elementos que se ofrecen a nuestra mirada pertenecen a una zona no urbana que convoca otras imágenes: tareas
agrarias, fiestas de pueblo, pisos de tierra, gallinas. También es posible que tales imágenes tampoco existan en sus lugares de origen, pero este espacio donde la ciudad se retira
las recuerda y, quizá por su carácter ajeno, con mayor fuerza. De pronto dialogamos: –Estoy
ilegal, anuncia sin rodeos. Pero igual se anima a que fotografiemos la fleca que dice «Aquí». El interlocutor agrega: –Yo sé que están mal hechos esos carteles, podría
hacerlos bien, pero si los hago bien me cae la Municipalidad. Estos carteles renuncian al diseño,
se camuflan en el paisaje y pasan a una instancia en donde la falta de estilo es una contraseña, igual que la pobreza. –Cada día nos va peor, continúa. El cartel de arriba lo tengo declarado pero el que está contra el árbol, no. Si podés no le saqués. Al término de la jornada y al esfumarse
la nitidez del día disminuyen las características de la época; entonces es posible ver una ciudad
anterior. Los carteles de la calle se encienden y la intermitencia de sus luces permite poner en escena una ciudad de nuevos significantes.